Desde la Antigüedad, todas las cultu­ras coinciden en que existe una Energía Universal que impregna y sustenta al cosmos en su totalidad como una uni­dad, y una de sus manifestaciones en una fre­cuencia de vibración más baja es la Energía Vi­tal que anima a los seres vivos.

En India fue llamada Prana y los yoguis trabajan con el Prana mediante la respiración, la meditación y determinados ejercicios físicos para elevar su frecuencia vibratoria con la fina­lidad de unir al cuerpo con el alma y al hom­bre con Dios, y conseguir mantener unos esta­dos alterados de conciencia que les permiten conservar la armonía, la juventud y la salud.

 

En China se utiliza la palabra Chi, Qui o Ki para expresar el estado de energía de algo, pre­ferentemente de las cosas vivas, y existen mu­chos tipos de Chi; por ejemplo, el Tian Chi es la energía celeste, el How Chi es la Energía Vi­tal, el Ren Chi es la Energía Vital humana, el Goe Chi es el Chi del espíritu, etcétera.

 

Existen dos fuerzas o polaridades universa­les, el yin y el yang, de cuya interacción surge todo lo creado y que deben estar en equilibrio.

 

El Chi, Qui o Ki contiene el yang (o energía masculina) y el yin (o energía femenina), y del equilibrio entre ambas surge la armonía uni­versal, física y mental.

 

El hombre es un microcosmos integrado en el macrocosmos universal y cósmico, y todo se rige por los mismos principios: «Lo que es arriba es abajo.»

En nuestros cuerpos físicos y sutiles existe una red energética por donde circula el Ki, formada por los chakras, los meridianos y los nadis.

Mediante la acupuntura se actúa en este sis­tema energético para restablecer el equilibrio entre el yin y el yang.

Existen básicamente tres tipos de Qui: el Qui celeste y el Qui terrestre, que son macro-cósmicos, y el Qui humano, que es microcós­mico.

El Chi, Qui, Prana o Ki es una sustancia energética omnipresente en el universo que tiene propiedades nutritivas, poseyendo tam­bién la conciencia de la reorganización celular, de forma que aporta a las estructuras atómicas y moleculares una tendencia hacia la reorgani­zación y la armonía.

Si hay Ki, hay vida; por ello, cuando el cuerpo muere, el Ki lo abandona, cesa la vibración a nivel subatómico, produciéndose el caos y la descomposición física.

Desde hace miles de años, uno de los objeti­vos de la medicina china es lograr y mantener el equilibrio del Ki o Qui, y del yin y del yang, en todo el sistema para conservar la integridad energética del ser humano; pero lograr este ob­jetivo que permite vivir con alegría, esponta neidad y autenticidad nos exige un continu­trabajo interior, ya que es un proceso cambian­te que hay que mantener y que dura toda la vida; para ello existen diversas técnicas ener­géticas como el yoga, las artes marciales, la bioenergética occidental o la bioenergética taoís­ta, que estudian la manipulación consciente de la Energía Vital, de forma que mediante técni­cas respiratorias, ejercicios precisos, masajes, visualizaciones y control, mental y espiritual, pueden acumular y dirigir el Ki a cualquier parte del organismo y transmitir la energía en el tiempo y en el espacio.

En la Edad Media, Paracelso creía en una fuerza vital controlada por la imaginación, a la que llamó arqueo, la cual podía producir efec­tos saludables o enfermizos.

En el siglo XVIII Mesmer le otorgó natural, za magnética y decía que el individuo era el medio a través del cual se transmitía desde el cosmos la fuerza curativa, a la que llamó mag­netismo animal; en el siglo xix, Riechenbach la llamó fuerza ódica, y en la escuela del Este se denominó bioplasma.

En el siglo xx, Wilhelm Reich, discípulo de Freud y precursor de la Bioenergética occiden­tal, la llamó orgón, y exponía que la carga de orgón de los tejidos y de las células de la san­gre determina el grado de susceptibilidad a las infecciones y la disposición a la enfermedad, y que con la introducción de la energía orgónica desde el exterior (tal como hacemos en Reiki) se alivia al organismo de la carga de consumir el orgón de su propio cuerpo en la lucha con­tra la enfermedad.

Poco después, hacia 1940, un alumno de Wich, Alexander Lowen, se centró en los efec­tos de la energía en el cuerpo humano, estable­ciendo en sus estudios y técnicas que los pro­cesos energéticos del ser humano condicionan lo que sucede en la mente, y también lo que su­cede en el cuerpo, y que la energía de una per­sona determina su personalidad.

Así nació la Bioenergética occidental, que es una técnica para ayudar a los seres humanos a retomar contacto con nuestra Energía Vital in­nata, la cual permanece reprimida por los con­flictos internos originando bloqueos energéti­cos que nos impiden manifestar nuestra propia personalidad e interactuar libremente con las personas de nuestro entorno, como los seres auténticos que somos, y así disfrutar de la vida recuperando nuestra naturaleza primaria.

La espiritualidad facilita la conexión, y ésta produce salud, que procede de esa sensación de conexión con una fuerza superior a nosotros, que nos colma y nos llena, haciéndonos sentir como parte del Universo, de forma que la pér­dida de esa sensación de conexión con nuestra esencia espiritual y con las demás personas, los animales y la naturaleza nos produce un trastorno energético que posteriormente se convierte en un problema de salud; pero cuan­do una persona aumenta su energía (como con el Reiki), su espíritu crece, y cuando la energía de nuestros cuerpos (Energía Vital) está en contacto e interactúa con la energía del univer­so (Energía Universal) nos produce una sensa­ción de plenitud y de vuelta a nuestros oríge­nes, que nos satisface, nos llena y nos nutre, aunque debido al estrés y al ritmo de la vida actual muchos de nosotros hemos perdido esta conexión, resultando que entonces nos senti­mos aislados, enajenados, desconectados, infe­lices e insatisfechos y más predispuestos a la enfermedad.

 

Con el Reiki realizamos una aportación energética pura a nuestros cuerpos materiales e inmateriales, y este aumento de Energía Uni­versal de amor produce en nuestra estructura energética un efecto principal sanador y un efecto secundario de expansión de la concien­cia, ya que si nuestros cuerpos físicos y sutiles están sanos y desbloqueados, la energía circula libremente, la conciencia se expande y nuestra duda existencial disminuye, al aumentar y re­forzarse nuestra sensación cósmica de cone­xión con lo superior y con Dios.

El campo energético universal no tiene un componente único, sino que está compuesto por una superestructura de puntos geométri­cos perfectamente organizados y de otros ele­mentos como puntos luminosos aislados y pulsantes, diferentes tramas de líneas energéti­cas, algo semejante a chispas aleatorias, y emi­te pulsaciones sincronizadas que pueden ser percibidas por los sentidos.

Esta Energía Universal fue utilizada desde hace siglos por muchas civilizaciones para la sanación mediante la imposición de manos: en Japón y China ya se conocían siglos antes de Cristo el masaje shiatsu y la acupuntura; en India y Tíbet se practicaba el control del Prana dirigido a la sanación con el yoga en todas sus variantes y el masaje. También en Egipto y en toda África existen testimonios de que se utili­zaba la curación mediante la imposición de manos.

El Reiki, al transferirnos la Energía Univer­sal pura, contribuye a aumentar el Ki en nues­tros cuerpos materiales e inmateriales, resta­bleciéndonos también el equilibrio entre el yin y el yang, y devolviéndonos con ello la sana­ción y la salud.

En un día claro colócate de espaldas al sol y contempla el cielo sin mirar a ningún punto fijo.

Mirando vagamente al firmamento podrás observar en poco tiempo puntos de luz pulsantes, espirales, puntos negros, puntos blancos con una estructura precisa, vaho y  más, y si persistes el tiempo suficiente verás el sincronismo entre estos movimientos, que al principio parecían aleatorios; si a continuación observas alguna planta cercana podrás ver un halo verdoso a su alrededor que absorbe a es­tos puntitos.